Yo iba caminando en la madrugada; hacía frío, así que me embroqué mi gabán. Llevaba a la Paloma a pastorear, mi vaca ¡rechula la condenada!, ya no te tocó verla, mijo, pero ¡ah cómo estaba de bonita, pues! Toda blanca con bien poquitas manchitas.
Total que el frío se sentía bien fuerte, pero a mí me gusta el frío, así que no me quejaba; la madrugada era agradable, se veían a lo lejos las luciérnagas del cielo, brillando y muriendo las pobrecitas, mientras que el rocío se dejaba mirar en forma de diamantes en la punta del pasto. Yo me sentía bien a gusto y me quise echar una pestañita; así que amarré a la Paloma en el guamuchil, cerca del apantle chiquito.
Ya estaba a punto de quedarme bien dormido, pero algo rezumbó en mis orejas; era como un llorido de una muchachita, un llanto triste como un pájaro en jaula, pero revuelto como con el lamento de un difunto; bien que me acuerdo, mijo, y no me tire de a loco, chamaco, que, por más viejo que esté, la memoria la tengo mejor que ustedes con su tecnología que los hace cada vez más mistontos.
Bueno, volviendo a mi historia: no sé por qué no se me ocurrió acordarme de ella y echarle a correr con mi mendiga vaca, pero en vez de eso yo, bien bruto, fui a ver si alguien necesitaba ayuda, o por lo menos pa'ir de chismoso, pues. Crucé el apantle y ya me iba derechito para el río y, según yo, me iba acercando cada vez más, pero el llanto se escuchaba cada vez más lejos; no te miento, mijito, las patas ya me estaban temblando como becerrito recién parido, no sé si por el frío o porque ya me estaba entrando el miedo hasta por donde pa'qué te cuento; pero el chiste es que me temblaban.
Y de repente la vi, allí estaba por la hamaca. No sabía si era la noche o su cabecita; estaba parada al borde del río, o al menos eso parecía, porque no se le miraban sus pies. Se miraba hermosa la muchacha, llevaba su huipil que hacía juego con su piel y la luna que estaba a tope esa madrugada; en el agua no se miraba nada más que un resplandor blanco, en vez de su reflejo. Quedé pasmado; pero entonces que me cae el veinte: "¡La chillona!" grité pa'mis adentros, pero todo fue inútil; me di cuenta demasiado tarde, cuando ya andaba pasando entre la huizachera pa'llegar con esa linda difunta.
Ya cuando estaba frente a ella, la miré a los ojos, y sus ojos... sus ojos eran, y no te estoy vacilando, los más hermosos que había visto en mi vida: negros, negros como la noche, profundos como los sueños y tiernos como de niña inocente ¡bien chulos!
En fin. Me pidió que la besara y ahí va tu menso de obediente ¡Y que la beso! Y adivina, mijo: bien dicen que si la llorona te besa te mueres; pues sí, yo me morí, me morí por un ratito nomás. Y si de por sí hacía frío, pues cuando besé a la méndiga me entró más, y mis brazos y mis patas se hicieron de hielo, pesadas y frías; sentía cómo mi alma se escapaba de mi cuerpo y se burlaba de mí, y de la noche, y yo bien pálido, mientras mi pinche alma se iba derechito al cielo, con las luciérnagas; Dios me ampare si tu abuela escucha esto que te cuento, pero así merito sentí; sus labios fríos como el invierno y suaves como pétalos de rosa. Dentro de mi trance y todo, alcancé a abrir los ojos, nomás poquito, y no vi la figura horrorosa que todos dicen ver siempre que ella los espanta, en cambio vi la luz del sol que se me vino encima como la vida, como mi alma, de zopetón y que me dejó todo atarantado, creo hasta me desmayé y caminé dormido... bueno, eso creo porque me desperté, como a eso de las seis de la mañana, todo entelerido al pie del guamuchil donde había amarrado a mi vaca; la pinche vaca ni en cuenta de mi auencia, ella seguía haciendo sus cosas de vacas.
A fin de cuentas agarré mi machete, me puse mi sombrero, me embroqué el gabán, fui a desatar a la Paloma, y de ahí derechito a la casa, a ordeñarla y a darle de comer a los pollos.
Todo esto que te cuento pasó más o menos en el transcurso de una hora, pero yo podría jurar que me fui como por tres noches, sí mijito, sólo las noches y no los días.
Bueno, nomás pa'terminar te cuento que desde el día en el que la llorona me llevó con ella, he regresado todas las madrugadas con mi morral, mi gabán, mi vaca y mis patas temblorosas a ese huerto cerca del río; a ver si me vuelvo a encontrar con esa muchacha perpetuamente inconsolable.
-Angel Garcia