¿Cuánta poesía cabe en las tripas de una persona? ¿Quince poemas? ¿Veinte? ¿Cincuenta y ocho? Es igual, a las personas no les entra la poesía hasta que sus infames vidas la necesitan.
Las canciones carecen de sentido sin un estímulo sentimental previamente detonado. Los poemas son ilegibles, las pinturas rayones sin sentido. La poesía no se crea a la ligera; no puedes forzarte tomando una musa artificial y tratando de deidificarla y adorarla, mientras divagas sobre sus ojos o lo bien que sienta el brillo lunar con su blusa negra. La poesía se crea sobre un sentimiento roto; sobre mentes y corazones gastados que resucitan con experiencia de ancianos. Hay quienes no entienden eso y terminan escribiendo basura plástica.
No obstante, la poesía se halla en cualquier lugar; desde una palabra dulce, llena de sentimientos, hasta una rama seca que te muestra la belleza detrás de la muerte. Insisto: esto es casi imposible verlo sin un detonante de sentimentalismo. La lluvia se vuelve lágrimas y los postes de alumbrado se transforman en nostalgia. La vida es poesía, y el estrés somos nosotros. Los ciegos de poesía.
La poesía es una plaga que se apodera de ti cuando estas enamorado o falto de amor; cuando te frustras por las noches o cuando estas borracho y sin corazón.
¿Cuánta poesía cabe en las tripas de una persona? La respuesta correcta a eso es "¿qué me importa?"; cabrá cuanta tenga que caber; la que quieran ingerir los lectores o la que necesiten vomitar los escritores. No hace falta entenderlo; la poesía no se entiende, es algo que se tiene, y que se siente al tacto con la piel. La poesía no se crea a la fuerza; se expulsa de los poros y crece como el cabello, o las uñas; es algo que se llora o que sale con el sonido de la risa.
Estamos en una era decadente para la poesía, debo admitir, pero aún resiste; siempre lo ha hecho. Aún es terca y quiere atención. Aún provoca estertores y pesadillas, aún se escucha, sin rima o con rima, en prosa o en verso aún se lee. Aún resiste, como el calor corporal de dos amantes ante el frío de un clima invernal.
¿Cuánta poesía cabe en las tripas de una persona? No me importa. Yo sólo quiero escupir ésta que quiere salir, y escribir más para no morir en el olvido.
-Angel Garcia
Escritor, a veces. La esencia de un monstruo proyectada en letras. Dibujo un poco; amateur en todo. Vago por las calles con cigarros y una pluma siempre en el bolsillo.
Traducir texto.
jueves, 24 de noviembre de 2016
martes, 22 de noviembre de 2016
Te quiero para los dos
Querida; no te quiero ni para mí,
ni para ti. Te quiero para los dos.
No lo malinterpretes, por favor;
es mucho más egoísta de lo que suena.
No te quiero
para que tu cuerpo me cubra del frío;
o tus labios me llenen de besos.
Te quiero para escribir, y para no hacerlo.
Para leer, pero sin quedarme ciego.
Te quiero para esperar los jueves
-siempre son los jueves-,
o para mirar el cielo sin arrepentimiento;
para mirar una estrella muerta sin nostalgia.
Te quiero para alentar el tiempo;
para contar las flores
y escuchar cuentos.
Te quiero.
No para ti, ni para mí.
Te quiero para los dos.
Para atacarnos como humanos
y amarnos como animales.
Te quiero para que seas la vida
y yo interprete a la muerte.
Te quiero para los dos, mi amor.
No lo malinterpretes;
es más egoísta de lo que suena.
Siempre lo fue, y siempre lo será.
-Angel Garcia
ni para ti. Te quiero para los dos.
No lo malinterpretes, por favor;
es mucho más egoísta de lo que suena.
No te quiero
para que tu cuerpo me cubra del frío;
o tus labios me llenen de besos.
Te quiero para escribir, y para no hacerlo.
Para leer, pero sin quedarme ciego.
Te quiero para esperar los jueves
-siempre son los jueves-,
o para mirar el cielo sin arrepentimiento;
para mirar una estrella muerta sin nostalgia.
Te quiero para alentar el tiempo;
para contar las flores
y escuchar cuentos.
Te quiero.
No para ti, ni para mí.
Te quiero para los dos.
Para atacarnos como humanos
y amarnos como animales.
Te quiero para que seas la vida
y yo interprete a la muerte.
Te quiero para los dos, mi amor.
No lo malinterpretes;
es más egoísta de lo que suena.
Siempre lo fue, y siempre lo será.
-Angel Garcia
domingo, 20 de noviembre de 2016
El día de los espíritus
Mira, mijo. Dicen que el día de muertos es especial porque se une el mundo espiritual con éste. Es donde el tata da permiso a las almas para salir de la tumba y echarse un taco.
Es bello, porque parece ser una de las pocas ocasiones en que lo vivos nos esforzamos mucho más por una buena presentación pa'los muertos; pos cómo no, si bien que luego te espantan, los cabrones, por darles fruta medio echada a perder.
Está bonito todo; la gente se viste, las velas se prenden, el cempoalxochitl se huele desde las casas y florece en el cerro; los dulces y el pan puestos en la ofrenda para los pequeños; o mezcal y cigarros pa'los grandes.
Pese aquello tan bonito, hay quienes no creen; y tengo el relato perfecto para eso: Cuando era joven, mi abuelo me contó que una pareja vivía en las faldas del cerro; bien pobres que eran, con su casa pequeñita y su pedacito de terreno que les vendió el apá de mi abuelo. Decía que le caían bien.
Total que llegó el día de muertos, y la señora andaba toda culeca y preocupada; entonces le dijo a su esposo:
-Ándale, a ver si le compras siquiera un pan y una veladora a tu pá y tu abuelo.
-¡Bah! -respondió el señor- Tú qué crees en esas cosas; voy a creer que los muertos van a salir del panteón pa'comer; ya mero estará pasando. Ya ni nosotros, que todavía andamos vivos y sufriendo por la comida, ya ni la friegas, vieja.
La pobre doña se puso bien triste, pero al don no le ajustó lo que dijo y quería seguir chingando, pues. Entonces agarró unos olotes bien secos y les prendió la punta; luego fue al terreno por una caca de vaca bien seca y le dijo a su mujer: "aquí están tus veladoras y la torta pa'que coman los espíritus". Los puso en la ofrenda y ahí los dejó hasta la noche; no dejó que la señora los quitara, a pesar de su coraje y su tristeza.
Como a eso de las tres de la madrugada unas luces despertaron al don, tanto que se fue a asomar indiscretamente por afuera de la casa. Lo que vio fue una marcha grande y llena de veladoras dirigiéndose al panteón. Con un poco de intriga fue con su mujer y le comentó:
- ¿Ya viste vieja? ¿Qué habrá allá?
- Ha de ser una procesión de la iglesia por el día de muertos, ya duérmete- Respondió la señora con tono de irritación en sus palabras, supongo que por un sueño interrumpido.
Ah, pero al viejo no le bastó con esa respuesta. Seguía curioso, por lo que había visto; tanto que salió y se sentó al borde de las escaleras, en el zaguán de la casa, y se puso a mirar mientras fumaba el cabrón. Bien que se veía de ahí al panteón esa noche -según me dijo mi opá-.
Pa'no hacertela tan larga, el señor se quedó allí, mirando el gentío; según mi abuelo, el don los veía brillosos y borrosos, a tal punto que se acercó más y esforzó su vista lo más que pudo. Al hacer eso alcanzó a mirar dos masas amorfas y brillantes en especial, dos masas que se parecían a su abuelo y su apá. El señor se quedó mudo, congelado de emociones juntas que explotaban y se asomaban, entre ellas la tristeza, la sorpresa, el arrepentimiento. El don no aguantó mucho y soltó el llanto al ver a sus muertos queridos llevándose la esencia de los olotes y los deshechos de la vaca, con cara triste y desolada. El llanto del viejo no era un llanto normal, sino uno de impotencia y rabia hacia uno mismo, bien feo, mijo, de ese llanto que te llega cuando la riegas y no hay remedio.
Dice mi pá que el viejito lloró toda la noche hasta que terminó bien el día de los espíritus. Y de ahí en adelante no volvió a faltar un solo año que no les pusiera ofrenda a sus difuntos; eso hasta reunirse con ellos y pedirles perdón por todo.
Uno llegaría a pensar que tu tatarabuelo fue el mentado protagonista de la historia; la verdad yo llegué a pensarlo, pero tal vez nunca lo sepamos... ni aunque me muera y lo vea donde quiera que ande.
Mijo, te cuento esto para que creas. Yo creo, pero fui como tú, y la verdad no me gustaría que me pase lo de al señor, o peor, que me pase lo de a los espíritus; ni mucho menos quisiera que te pasara a ti. Las generaciones se van olvidando de lo que existió, mijo, de lo que te cuentan los antigüitas; yo por eso te cuento a ti; para que le cuentes a los que vienen y que no dejen de creer... no nos queda de otra, pa'llá vamos todos y lo único que quedará será nuestro recuerdo... pobres de nosotros si los que siguen dejan de creer ¿no?
-Angel Garcia
Es bello, porque parece ser una de las pocas ocasiones en que lo vivos nos esforzamos mucho más por una buena presentación pa'los muertos; pos cómo no, si bien que luego te espantan, los cabrones, por darles fruta medio echada a perder.
Está bonito todo; la gente se viste, las velas se prenden, el cempoalxochitl se huele desde las casas y florece en el cerro; los dulces y el pan puestos en la ofrenda para los pequeños; o mezcal y cigarros pa'los grandes.
Pese aquello tan bonito, hay quienes no creen; y tengo el relato perfecto para eso: Cuando era joven, mi abuelo me contó que una pareja vivía en las faldas del cerro; bien pobres que eran, con su casa pequeñita y su pedacito de terreno que les vendió el apá de mi abuelo. Decía que le caían bien.
Total que llegó el día de muertos, y la señora andaba toda culeca y preocupada; entonces le dijo a su esposo:
-Ándale, a ver si le compras siquiera un pan y una veladora a tu pá y tu abuelo.
-¡Bah! -respondió el señor- Tú qué crees en esas cosas; voy a creer que los muertos van a salir del panteón pa'comer; ya mero estará pasando. Ya ni nosotros, que todavía andamos vivos y sufriendo por la comida, ya ni la friegas, vieja.
La pobre doña se puso bien triste, pero al don no le ajustó lo que dijo y quería seguir chingando, pues. Entonces agarró unos olotes bien secos y les prendió la punta; luego fue al terreno por una caca de vaca bien seca y le dijo a su mujer: "aquí están tus veladoras y la torta pa'que coman los espíritus". Los puso en la ofrenda y ahí los dejó hasta la noche; no dejó que la señora los quitara, a pesar de su coraje y su tristeza.
Como a eso de las tres de la madrugada unas luces despertaron al don, tanto que se fue a asomar indiscretamente por afuera de la casa. Lo que vio fue una marcha grande y llena de veladoras dirigiéndose al panteón. Con un poco de intriga fue con su mujer y le comentó:
- ¿Ya viste vieja? ¿Qué habrá allá?
- Ha de ser una procesión de la iglesia por el día de muertos, ya duérmete- Respondió la señora con tono de irritación en sus palabras, supongo que por un sueño interrumpido.
Ah, pero al viejo no le bastó con esa respuesta. Seguía curioso, por lo que había visto; tanto que salió y se sentó al borde de las escaleras, en el zaguán de la casa, y se puso a mirar mientras fumaba el cabrón. Bien que se veía de ahí al panteón esa noche -según me dijo mi opá-.
Pa'no hacertela tan larga, el señor se quedó allí, mirando el gentío; según mi abuelo, el don los veía brillosos y borrosos, a tal punto que se acercó más y esforzó su vista lo más que pudo. Al hacer eso alcanzó a mirar dos masas amorfas y brillantes en especial, dos masas que se parecían a su abuelo y su apá. El señor se quedó mudo, congelado de emociones juntas que explotaban y se asomaban, entre ellas la tristeza, la sorpresa, el arrepentimiento. El don no aguantó mucho y soltó el llanto al ver a sus muertos queridos llevándose la esencia de los olotes y los deshechos de la vaca, con cara triste y desolada. El llanto del viejo no era un llanto normal, sino uno de impotencia y rabia hacia uno mismo, bien feo, mijo, de ese llanto que te llega cuando la riegas y no hay remedio.
Dice mi pá que el viejito lloró toda la noche hasta que terminó bien el día de los espíritus. Y de ahí en adelante no volvió a faltar un solo año que no les pusiera ofrenda a sus difuntos; eso hasta reunirse con ellos y pedirles perdón por todo.
Uno llegaría a pensar que tu tatarabuelo fue el mentado protagonista de la historia; la verdad yo llegué a pensarlo, pero tal vez nunca lo sepamos... ni aunque me muera y lo vea donde quiera que ande.
Mijo, te cuento esto para que creas. Yo creo, pero fui como tú, y la verdad no me gustaría que me pase lo de al señor, o peor, que me pase lo de a los espíritus; ni mucho menos quisiera que te pasara a ti. Las generaciones se van olvidando de lo que existió, mijo, de lo que te cuentan los antigüitas; yo por eso te cuento a ti; para que le cuentes a los que vienen y que no dejen de creer... no nos queda de otra, pa'llá vamos todos y lo único que quedará será nuestro recuerdo... pobres de nosotros si los que siguen dejan de creer ¿no?
-Angel Garcia
Suscribirse a:
Entradas (Atom)