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sábado, 29 de octubre de 2016

Casa sin techo (Crónica de un vagabundo)

Hace tiempo que paseo por las calles con ropa vieja y olorosa. Admito que mi hogar es el bulevar gastado, y estoy orgulloso de ello.
   He visto cosas hermosas y horribles; sinceramente éste sitio es una ambivalencia extraña; un mar de decisiones intercaladas y opuestas; sí, señor, hay que enterarse de todo antes de pertenecer de lleno aquí; sin embargo, no hace falta saber nada para entrar aquí; así son las cosas.

    ¿Qué? ¿Lo más bello que me haya pasado? Eso es fácil: para mí, lo más bello es un buen día; y eso es sencillo de reconocer cuando por la madrugada despierto vivo, mas que nada, y sin frío; o el hecho de que la señora de los elotes me regale unos esquites, o el taquero me venda una orden por diez pesos es algo bello. Pero no quiero desperdiciar MI tiempo hablando de lo simple como recolectar dinero de turistas; quiero gastar mi saliva con lo hermoso... aquél momento antes de dormir. Ese momento en el que las estrellas y las luciérnagas se fusionan y crean una marcha nupcial luminosa; mientras las hojas de los árboles en el parque caen en picada a su destino cruel: una muerte congelada. Y yo, como observador inminente, y con mi ignorancia sobre lo frágil de la vida, sonrío y agradezco no ser más que el espectador, en lugar de ser aquellas hojas moribundas que me hablan sin boca. Y para el final: miro de nuevo el océano de luces que se mezclan con la orquesta distorsionada de una ciudad nocturna.
 
    Todo eso logro mirarlo en el sin-techo de mi hogar; en el cálido abrazo de la banca y de unas sábanas podridas. Pobres turistas. No tienen idea de la verdadera belleza de una ciudad que muere y se consume por un lado oscuro. Sólo nosotros y los animales conocemos lo que no muchos tienen el privilegio de querer ver. Sólo nosotros, los invisibles, los que formamos parte del entorno. Los que vivimos en la calle... en una casa sin techo.

   -Angel Garcia