Compadre, deje le
cuento:
Como ve, yo no soy bueno con eso de la poesía bonita; no soy bueno con las
palabras dulces que hagan humedecer las bragas de las mujeres… repudio a esos
poetas porque mueven los hilos tan sutilmente que, a mi parecer, llega a ser
ofensivo para la víctima, y entonces, para mis ojos solamente, esos malditos se
vuelven más abyectos que yo; usando metáforas empalagosas y tan llenas de diabetes
y amor falso.
¡Oh joder! Son unos
desgraciados, compadre; sentados en su cómodo sofá, tomando vino y frente a su
máquina de escribir o su computador que no deja huellas en la escena del crimen,
porque, cuando se equivocan, no pueden rayar el monitor, o
la hoja en la máquina, no señor; o hacen bolas la hoja de papel y lo desechan o
simplemente presionan la tecla “borrar” en la maldita comodidad de su asiento y
la jodida luz de la pantalla.
En cambio estamos
nosotros -porque sé que no soy el único… sé que no lo soy- los brutos,
los que ahuyentan con su obscenidad en metáforas que podemos transformar en
realidad; los de palabras directas y lacerantes de cruda verdad; los que
andamos siempre con una pluma y cigarros en los bolsillos; los que se mueven siempre
en los asientos públicos mientras esperan, los que no pueden estar acostados en
un sillón porque el hecho de mantenerse estáticos, inertes y cadavéricos,
esperando que, como una epifanía, las musas aparezcan frente a ellos, y como
autómatas escribir lo que nos dictan, no es de nuestro agrado. A ellas hay que
buscarlas hasta en el polvo que los astros desprenden, hasta en la muerte y en
los orgasmos; a las musas se les busca siempre, compadre.
A nosotros nos gusta
encorvarnos, escuchar el estruendo de las gotas contra el piso –cuando llueve-,
oír sus gritos de alivio antes de completar el suicidio; y también nos gusta
detestar el sonido del televisor encendido al fondo del cuarto.
Estamos nosotros,
compadre, los que no tomamos vino por ser caro, pero ¡Ah! Cómo bebemos cerveza
a raudales. Te digo, compadre, no sé cómo le haces para escribir frente a la luz
del monitor. Es más cómodo estructurar todo en la oscuridad etérea, amenazada
por una lívida luz al centro producida alguna vela tan acabada como la cerveza
que compré hace cinco minutos, y luego
salir del cuarto para apostar con la suerte, tirarse a la cama con un albur y
jugar a la ruleta rusa, a ver si las ideas penetran tu sien como balas saliendo
del revolver negro –que en éste caso es el cuarto- y escribir vulgarmente en
una hoja de papel, con faltas de ortografía y una letra espantosa, regular o
agradable a la vista, eso ya depende de la persona; y sobre todo con la
inseguridad de equivocarse y rayar o, peor aún, correr el riesgo de perder la
hoja o la libreta… estamos los que soportamos los rayones y las manchas de
noche en el texto.
¡Ah, pero eso sí! Nosotros
no somos falsos, compadre, nosotros podríamos amar a todas las mujeres del
mundo, como ustedes, pero no. Nosotros nos basamos en lo peculiar, nos
enamoramos de lo simple, de lo abrupto, nos fijamos en los defectos… en la
belleza del infierno.
Y si logramos ser
merecedores de aquél dicho infierno, a diferencia de ustedes, nos sentimos en
la gloria de no estar a salvo, al ser absorbidos por su huracán demencial y el
vórtice de su sexo, al perdernos en el cosmos de su cuerpo.
Le digo, compadre:
existen dos tipos de poetas. Los que despiertan a lo mucho con una pc portátil
o una máquina de escribir y una copa vacía; y los que despiertan con una libreta y la incertidumbre de sus pensamientos, o botellas de cerveza, o una mujer entre los brazos, o cigarrillos en las
manos, o un gato entre las piernas, o a veces todos juntos o a veces ninguno…
esos compadre… esos son los dos tipos de poetas que existen.
-Angel García.