Me siento sobre la banca
y te espero por sobre el mundo.
El tiempo se detiene
y yo sonrío al horizonte;
buscándote entre los faroles
y a través de la oscuridad.
Mientras vacilo con cigarrillos,
al borde de esta banca
te espero como un loco
Como un tipo en su boda,
sin novia, sin perro.
Te espero, entre los arbustos
y las multitudes
y no te veo.
Te pienso, y te siento;
pero no te veo.
Sobre el mundo
y sentado en la banca
te espero por última vez.
Y nunca llegas.
Luego de tres horas
te espero.
Mejor voy a mi tumba
ahí sé que me esperas.
-Angel Garcia
Escritor, a veces. La esencia de un monstruo proyectada en letras. Dibujo un poco; amateur en todo. Vago por las calles con cigarros y una pluma siempre en el bolsillo.
Traducir texto.
jueves, 13 de abril de 2017
lunes, 10 de abril de 2017
La fiesta de Arcelia
El siguiente escrito es una adaptación mía de uno de los tantos relatos que me ha contado mi abuela; que le contaron a ella, y que espero ustedes cuenten algún día. Todo esto para no perder la esencia de lo que un día existió y se creyó. Las voces viejas aún se oyen tras los ecos, y vale la pena escucharlas.
Todo ocurrió mientras estaba en una borrachera. La mirada borrosa y el aliento a mezcal pulverizaban mi cabeza como si la agarraran a garrotazos. Y las visiones, combinadas con la temblorina, se me ponían encima como zopilotes a un cadáver.
Era temprano, de eso sí me acuerdo. Como las tres de la madrugada. Y yo iba derecho a mi casa en las faldas del cerro. Tenía todo planeado: iba a llegar, hacerme un huevito y calentar frijoles y tortillas que mi vieja hizo pa'comer en la tarde. Luego, a las cinco me levantaría e iría a pastorear el ganado y a chingarle al campo. Lamentablemente, el destino me quería pa'otra cosa esa noche.
Mientras iba bien tomado y entre mis alucinaciones, se paró frente a mí un caballo negro; pero negro con ganas. Con los ojos como clavos a los míos; y cada que pisoteaba, el suelo retumbaba y se oían truenos y gritos de misericordia a la vez. Mientras el animal gigante me bufaba en la cara un aire bien caliente y espeso, oí una voz que decía: "¿Usteh es Fernando Cortés?"; a lo que yo respondí: Pa'servirle, compadre". El hombre sonrió mostrando unos dientes filosos, con colmillos de plata, y provocando sentimiento de angustia a todo al rededor, menos a mí. Entonces, sentí cómo esa sonrisa macabra cortó de un jalón el aire que su bestia soplaba sobre mí. El susodicho era apuesto. Un hombre alto y fuerte. Vestía un traje negro de charro, nomas con adornos de oro y un sombrero bien grandote con pequeñas figuras humanas pegadas.
El jinete, luego de quedarse en silencio un rato, soltó de golpe un suspiro que me voló el sombrero. Luego dijo: "Mire, compadre, yo venía a invitarlo cordialmente a una fiesta, pa'luego llevármelo. Pero la verdad es que usteh anda bien briago, y así hasta flojera da raptarlos. Sin embargo, la invitación a la fiesta sigue en pie".
A mí ya se me había bajado lo borracho para ese momento; pero, con lo que dijo, más me hice el tomado; aunque sospecho que ese tipo ya lo sabía. Total que le dije: "¿Una fiesta, compadre? No lo sé; tengo que llegar a mi casa pa'comer y con mi mujer. No se me vaya hacer tarde para chambear mañana". Vi en su rostro cierta molestia que se le marcaba sobre los ojos como tumba. Aún así, bien calmado me dijo: "Vamos, compadre, fíjese que no se arrepentirá. Nomás será un ratito; voy por algo y nos regresamos. Igual, no hace daño ir si nomás es un ratito ¿No?". Terminaba su oración pelando los dientes; seguro de que iría con él, porque sino me llevaba. Al final tuve que decir que sí.
El charro me pidió que me subiera al caballo y que cerrara los ojos bien fuerte; y yo, con harto miedo, y sin más remedio, pus me subí. Nomás oí que me advirtió "agárrese fuerte, pues, sino se descalabra y queda tirado y bien frío a mitad del cerro".Sentí que mis tripas se movían y se apretaban como si dos paredes me estuvieran aplastando; y para cuando me bajé del potro casi termino vomitando. Abrí los ojos luego de la sacudida, y me di cuenta de que estaba en una fiesta. Todos bien vestidos; con camisas finas y botas caras; tomando tequila del que me costaría los dos ojos. Y las mujeres escotadas y elegantes, rodeadas de tanto chamaco presumido y mareado. Le pregunté al fulano: "¿Dónde andamos, compa?"; a lo que él respondió: "Estamos en Arcelia, Guerrero, compadre, no se espante que yo me encargo de que llegue a su casa-".
Nos quedamos en la fiesta cotorreando y tomando unos tequilas. Todo iba bien; reímos, bebimos y bailamos cuanto pudimos. Pero de un momento pa'otro, el sujeto que me acompañaba de puso serio y callado; podía olerse la rabia que salía de su cuerpo y podía ver que su cuerpo sacaba algo que no sé describir. Entonces, bajita la mano se acercó a decirme: "Compa, quiero que se vaya corriendo al caballo cuando vea que se quiere empezar a poner feo, y ahí me espera; no se olvide de cerrar los ojos, compadre". Entonces le pregunté por qué y dijo: "Me tengo que llevar a alguien, compadre. Pa'eso vinimos"
Para cuando alcancé a reaccionar vi que mi compañero iba en camino a la mujer más bonita de la fiesta; la que por cierto, andaba bailando con otro mengano. Entre mi embelesamiento vi que la invitaba a bailar, pero ella le decía que no; a lo cual el charro, que ya no era un charro, agarró a la muchacha y la arrebató de las manos del otro hombre. Total que se enojó el mengano, y ahí fue donde vi que mi acompañante desenfundó una pistola enorme que apenas cabía en su mano gigante; mientras él se hacía más grande y su piel se volvía negra como su traje.
Ahí fue donde ni las patas me ajustaron para correr hacia el animal. Cerré los ojos, y lo único que escuché fue un estruendo tan grande que me dejó sordo un rato. Sentí cómo se subió al cuaco, justo frente a mí, y lo echó andar. Percibí de nuevo el sacudón de tripas que, junto con el susto y el alcohol, ahora sí me hizo vomitar recién me bajé de la bestia. Volteé para arriba y topé mi mirada con un borroso charro, ahora sí. Vi que tenía una bolsa negra como de tela fina, y le pregunté qué tenía ahí. A lo que respondió, con una sonrisa malévola en su cara: "si acabas de vomitar, no creo que quieras saberlo, compadre"; luego soltó una carcajada que distorsionó el ambiente como el infierno.
— Aquí estamos ya, en su casa - mencionó luego de reír-. Quiero que llegue y descanse. Me la pasé bien con usteh, Fernando. A ver qué otro día nos volvemos a ver.
— Pa'servirle, compadre. Sólo espero no me lleve la chingada cuando lo vuelva a ver.
— Ojalá y no, don Fernando -añadió luego de reírse-. Usteh me cayó bien, así que ojalá y no. Nomás pa'dejarse de formalidades, dígame 'Satanás'.
—Ta'bueno pues, Satanás. Gracias por pasearme.
No se despidió, ni nada. Nomás se sintió el clima más frío. Como se debe sentir un clima de madrugada. Apenas volví al mundo, me entró un miedo bien grande que me caló los huesos. Me metí a la casa como pude, y miré el reloj viejo de mi pared. Para mi sorpresa sólo había pasado media hora -en realidad eso fue lo que menos me sorprendió-.
Me eché dos copitas de mezcal y tiré lo que sobró en la botella. No pude dormir esa noche. En lo único que pensaba, era en la bolsa del mentado Satanás, y si un día iba a ser mío lo que traiga dentro de ella.
-Angel Garcia
Todo ocurrió mientras estaba en una borrachera. La mirada borrosa y el aliento a mezcal pulverizaban mi cabeza como si la agarraran a garrotazos. Y las visiones, combinadas con la temblorina, se me ponían encima como zopilotes a un cadáver.
Era temprano, de eso sí me acuerdo. Como las tres de la madrugada. Y yo iba derecho a mi casa en las faldas del cerro. Tenía todo planeado: iba a llegar, hacerme un huevito y calentar frijoles y tortillas que mi vieja hizo pa'comer en la tarde. Luego, a las cinco me levantaría e iría a pastorear el ganado y a chingarle al campo. Lamentablemente, el destino me quería pa'otra cosa esa noche.
Mientras iba bien tomado y entre mis alucinaciones, se paró frente a mí un caballo negro; pero negro con ganas. Con los ojos como clavos a los míos; y cada que pisoteaba, el suelo retumbaba y se oían truenos y gritos de misericordia a la vez. Mientras el animal gigante me bufaba en la cara un aire bien caliente y espeso, oí una voz que decía: "¿Usteh es Fernando Cortés?"; a lo que yo respondí: Pa'servirle, compadre". El hombre sonrió mostrando unos dientes filosos, con colmillos de plata, y provocando sentimiento de angustia a todo al rededor, menos a mí. Entonces, sentí cómo esa sonrisa macabra cortó de un jalón el aire que su bestia soplaba sobre mí. El susodicho era apuesto. Un hombre alto y fuerte. Vestía un traje negro de charro, nomas con adornos de oro y un sombrero bien grandote con pequeñas figuras humanas pegadas.
El jinete, luego de quedarse en silencio un rato, soltó de golpe un suspiro que me voló el sombrero. Luego dijo: "Mire, compadre, yo venía a invitarlo cordialmente a una fiesta, pa'luego llevármelo. Pero la verdad es que usteh anda bien briago, y así hasta flojera da raptarlos. Sin embargo, la invitación a la fiesta sigue en pie".
A mí ya se me había bajado lo borracho para ese momento; pero, con lo que dijo, más me hice el tomado; aunque sospecho que ese tipo ya lo sabía. Total que le dije: "¿Una fiesta, compadre? No lo sé; tengo que llegar a mi casa pa'comer y con mi mujer. No se me vaya hacer tarde para chambear mañana". Vi en su rostro cierta molestia que se le marcaba sobre los ojos como tumba. Aún así, bien calmado me dijo: "Vamos, compadre, fíjese que no se arrepentirá. Nomás será un ratito; voy por algo y nos regresamos. Igual, no hace daño ir si nomás es un ratito ¿No?". Terminaba su oración pelando los dientes; seguro de que iría con él, porque sino me llevaba. Al final tuve que decir que sí.
El charro me pidió que me subiera al caballo y que cerrara los ojos bien fuerte; y yo, con harto miedo, y sin más remedio, pus me subí. Nomás oí que me advirtió "agárrese fuerte, pues, sino se descalabra y queda tirado y bien frío a mitad del cerro".Sentí que mis tripas se movían y se apretaban como si dos paredes me estuvieran aplastando; y para cuando me bajé del potro casi termino vomitando. Abrí los ojos luego de la sacudida, y me di cuenta de que estaba en una fiesta. Todos bien vestidos; con camisas finas y botas caras; tomando tequila del que me costaría los dos ojos. Y las mujeres escotadas y elegantes, rodeadas de tanto chamaco presumido y mareado. Le pregunté al fulano: "¿Dónde andamos, compa?"; a lo que él respondió: "Estamos en Arcelia, Guerrero, compadre, no se espante que yo me encargo de que llegue a su casa-".
Nos quedamos en la fiesta cotorreando y tomando unos tequilas. Todo iba bien; reímos, bebimos y bailamos cuanto pudimos. Pero de un momento pa'otro, el sujeto que me acompañaba de puso serio y callado; podía olerse la rabia que salía de su cuerpo y podía ver que su cuerpo sacaba algo que no sé describir. Entonces, bajita la mano se acercó a decirme: "Compa, quiero que se vaya corriendo al caballo cuando vea que se quiere empezar a poner feo, y ahí me espera; no se olvide de cerrar los ojos, compadre". Entonces le pregunté por qué y dijo: "Me tengo que llevar a alguien, compadre. Pa'eso vinimos"
Para cuando alcancé a reaccionar vi que mi compañero iba en camino a la mujer más bonita de la fiesta; la que por cierto, andaba bailando con otro mengano. Entre mi embelesamiento vi que la invitaba a bailar, pero ella le decía que no; a lo cual el charro, que ya no era un charro, agarró a la muchacha y la arrebató de las manos del otro hombre. Total que se enojó el mengano, y ahí fue donde vi que mi acompañante desenfundó una pistola enorme que apenas cabía en su mano gigante; mientras él se hacía más grande y su piel se volvía negra como su traje.
Ahí fue donde ni las patas me ajustaron para correr hacia el animal. Cerré los ojos, y lo único que escuché fue un estruendo tan grande que me dejó sordo un rato. Sentí cómo se subió al cuaco, justo frente a mí, y lo echó andar. Percibí de nuevo el sacudón de tripas que, junto con el susto y el alcohol, ahora sí me hizo vomitar recién me bajé de la bestia. Volteé para arriba y topé mi mirada con un borroso charro, ahora sí. Vi que tenía una bolsa negra como de tela fina, y le pregunté qué tenía ahí. A lo que respondió, con una sonrisa malévola en su cara: "si acabas de vomitar, no creo que quieras saberlo, compadre"; luego soltó una carcajada que distorsionó el ambiente como el infierno.
— Aquí estamos ya, en su casa - mencionó luego de reír-. Quiero que llegue y descanse. Me la pasé bien con usteh, Fernando. A ver qué otro día nos volvemos a ver.
— Pa'servirle, compadre. Sólo espero no me lleve la chingada cuando lo vuelva a ver.
— Ojalá y no, don Fernando -añadió luego de reírse-. Usteh me cayó bien, así que ojalá y no. Nomás pa'dejarse de formalidades, dígame 'Satanás'.
—Ta'bueno pues, Satanás. Gracias por pasearme.
No se despidió, ni nada. Nomás se sintió el clima más frío. Como se debe sentir un clima de madrugada. Apenas volví al mundo, me entró un miedo bien grande que me caló los huesos. Me metí a la casa como pude, y miré el reloj viejo de mi pared. Para mi sorpresa sólo había pasado media hora -en realidad eso fue lo que menos me sorprendió-.
Me eché dos copitas de mezcal y tiré lo que sobró en la botella. No pude dormir esa noche. En lo único que pensaba, era en la bolsa del mentado Satanás, y si un día iba a ser mío lo que traiga dentro de ella.
-Angel Garcia
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