Mía, mi alma que te pertenece.
Tuya, el alma que me regalas.
La voz de los árboles viejos
nos revela secretos del pasado.
Amores inmortalizados
en la memoria del tronco,
o en la semilla que no se logró.
Las hojas caen
mientras tus ojos me entregan
tu ser con toda voluntad;
y yo firmo un contrato
que anuncia la noche
y nuestra unión.
Los gigantes enramados
son testigos
de dos almas enredadas.
Y yo soy testigo
de una sonrisa
cansada y satisfecha
que sale de tu rostro.
Sin mirarte a los ojos
bebo la esencia que me diste;
y la oscuridad fría y perenne
nos acoge con un manto
de estrellas pululantes y moribundas
que anuncian la lluvia que se acerca
y a los coyotes que nos miran.
Unos astros que dicen
a la tierra que eres mía.
Los árboles siguen mirando
y recordando para toda la vida;
testigos involuntarios
presenciando la nupcia
nocturna y eterna.
Los árboles saben muchas cosas.
Pero no saben
lo que es tener tu alma.
-Angel Garcia.