Nota: El relato debe ser interpretado por el lector. Yo, como un lector más, tengo un punto de vista "exclusivo" respecto al cuento; sin embargo, nada me gustaría más que usted, querido lector, sacara a flote sus propias impresiones, conclusiones y correcciones;para que entonces el cuento se vuelva usted y no yo. Para que sea el narrador y los personajes a la vez; y más importante, para que lea desde donde se vive el cuento, y no desde donde vive usted. Gracias.
Han pasado los años desde que llegué aquí. No está mal, pero aún no estoy seguro de si estoy en el infierno o en el paraíso; aunque a mi parecer se ve más como el infierno.
Con forme el tiempo ha transcurrido los niños han nacido; y desde acá he visto todo. Han existido niños buenos, niños malos, y niños muy malos; tanto que el mundo se fue al carajo.
Lo he observado todo. Es entretenido.Uno a uno los he mirado y acompañado a través de su vida. Aquí el tiempo es mero cuento, así que me tardo lo que me dé la gana. Ojo: sé que han pasado los años, a pesar de que aquí no existe el tiempo, porque fui humano, y entiendo el concepto.
Últimamente me llamó la atención una chamaca: Diana; así se llama la escuincla.
Diana es una niña pobre y sin padre. Fueron abandonadas su madre y ella cuando era recién nacida. Su mamá trabaja en la casa de un "poderoso"; una orden de personas que tienen con qué sobrevivir ante la crisis y aseguran repartir equitativamente los suministros a la gente. Aunque no sea así.
La madre de Diana casi siempre regresa llorando; y tarde, muy tarde; y pareciera que cada vez que regresa, un trozo de su juventud se queda allá. Su felicidad se la comen los dueños de la casa y le dan migajas para recompensarlo. Llega y reza -Diana no sabe a quién- y pregunta por qué a ellas; por qué sus tierras, si ningún mal habían hecho. Que por qué su vaca, o sus perros; los chivos y las gallinas... todo era para lamentarse e implorar una respuesta. Diana cree que tanto implorar ya es inútil; se ve sobre su cabeza la idea.
Por otro lado: no he mencionado el origen de la catástrofe.
¿Quién diría que la macro-producción y la construcción irracional acabarían con todo? Claro que estoy siendo un tanto sarcástico.Uno se puede dar el lujo de reír ante el desastre una vez muerto y enterrado en esta pocilga. Ahora sólo observo sentado,con centenares de cigarrillos en lo que queda de mis pulmones.
Sin embargo, a la pequeña Diana no le parece gracioso, puesto que está en un infierno; pero no está muerta. Y no puede arrancarse la vida de un tajo y desperdiciar todo el esfuerzo de su madre, que a veces sonríe para su hija. Ella no es así; y por más que quisiera sabe que debe estar ahí, con aquella mujer que le obsequió la vida, y que aún lucha por seguir regalándosela.
Me he percatado que Diana se enfocó en buscar la esperanza en los rincones más abstractos del lugar. Mucho después de los supermercados fantasma; entre las fábricas de armas y plásticos, desmoronadas por los mismo habitantes del lugar. Atravesando las ruinas del hospital inservible y nostálgico; con las almas de los difuntos y los cuerpos sobre las camillas aún.
Mientras cruzaba el pasillo helado, escuchaba los susurros dolorosos de aquellos espíritus olvidados por sus familias. Oía la voz de los fallecidos; le imploraban ayuda,y ella sólo podía encender una veladora,para que no tuvieran miedo de lo oscuro.
Todo eso pasaba con tranquilidad la niña. Sólo para toparse, frente a frente, con él: aquello que le llenaba los ojos de esperanza. "El último árbol", lo llamaba Diana. Un titán que lucha para seguir dando vida, y flor, y fruto, y sombra. Un refugio para Diana y otros pocos seres que sobrevivieron a la tormenta de porquerías.
Ella sólo sube a lo más alto del gigante; y observa el paraje mortífero mientras piensa. ¿Qué piensa? No lo sé; usted indague, lector, pero lo que sí puedo decir es lo que mira: un cascarón sin alma. Un mar de tonos grises y negros que se mezclan con el sonido del llanto; fundidos en un desierto de latas vieja y oxidadas. Ella ve desolación en su máximo esplendor, y destrucción que no se ha detenido; no ve nada más allá de la línea; la nada es oscura y siniestra.
Desde aquél punto tan alto sólo observa miseria. Y, al igual que yo desde éste lugar sin nombre, ella queda paralizada ante ese paisaje tan horroroso para una niña: bosques de fuego, gritos de asaltos y violaciones mezclados entre la agonía de los moribundos que se revuelcan de dolor entre los muertos llenos de lepra; tirados como si fueran basura. Perros del tamaño de ratas y ratas del tamaño de coyotes. Las tiendas comerciales y los cines que se comieron la tierra, desvencijados, echados al resentimiento de una era tecnológica que acabó con la felicidad y vida de los pueblos.
Diana veía todo con una mirada fija y decepcionada. Pero ella tenía especial rencor sobre un lugar: la casa en donde trabaja su madre. La fábrica en donde extraen su juventud y su felicidad por unas migajas. La mansión de los "poderosos". La pequeña sigue pensando, quién sabe en qué; y sólo se escucha un refunfuño entre dientes: "un refugio para los de la alta ¡Los demás que se jodan!"
Se toca el corazón mientras alcanza a ver cómo devoran animales extintos, y se le atora esa injusticia en su pecho de niña. Y quiere llorar, pero sigue mirando; mirando los ríos que tuvieron agua hace muchísimo tiempo, y que ahora ni las lágrimas alcanzan para llenarlo. Y los campos, en los que su madre jugó y cosechó cuando era pequeña, que ahora son grises y tristes. Mira el cielo que ahora es negro, y al sol, que desaparece con el atardecer como siempre. Entonces se deja caer una noche tan oscura como el smog perpetuo de los despojos del pueblo.
Diana deja de mirar, y de pensar. "Primera llamada", se dice a sí misma entre dientes; como preparándose para una actuación sombría en un teatro macabro. Baja del árbol y lo abraza como si fuese la última vez que siente su corteza y se despide con un beso; así como se despide todos los días de él. Como si siempre tuviera la certeza de una muerte segura.
Corre a través de los locales de comida rápida con un cubrebocas, porque el hedor de esa comida descompuesta le parece horrible. Pasa por lo que solía ser el pozo del pueblo: vacío; sólo con gritos y berridos de fantasmas; escucha a los coyotes antes de perderse en los lamentos y mira hacia un cielo sin estrellas. "Segunda llamada".
Atraviesa los esqueletos de edificios y se encuentra, cara a cara, con dos hombres embrutecidos por el alcohol y su poder. Cargados de comida que ni ellos y sus enormes barrigas pueden aguantar. Diana, con sus manos temblorosas y pequeñas de niña, levantó el revólver que siempre trajo, y lo sostiene con firmeza. De la nada, su rostro se tornó más serio de lo normal, mientra soltaba como un estruendo las palabras: ¡Arriba las manos, hijos de su pinche madre!
Los hombres ebrios se tiraron a llorar y a suplicar; sin embargo, Diana quería acabar con esto ya. Disparó dos veces. Los hombres cayeron internes a lado de los pies de la niña; pálidos y con los ojos abiertos; ojos que expulsaban la proyección de su muerte, y que miraban las lágrimas de una infante que rodaban por su mejilla.
"Tercera llamada", dice al fin.
-Angel Garcia