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lunes, 27 de julio de 2015

Existen dos tipos de poetas

Compadre, deje le cuento:
Como ve, yo no soy bueno con eso de la poesía bonita; no soy bueno con las palabras dulces que hagan humedecer las bragas de las mujeres… repudio a esos poetas porque mueven los hilos tan sutilmente que, a mi parecer, llega a ser ofensivo para la víctima, y entonces, para mis ojos solamente, esos malditos se vuelven más abyectos que yo; usando metáforas empalagosas y tan llenas de diabetes y amor falso.


¡Oh joder! Son unos desgraciados, compadre; sentados en su cómodo sofá, tomando vino y frente a su máquina de escribir o su computador que no deja huellas en la escena del crimen, porque, cuando se equivocan, no pueden rayar el monitor, o la hoja en la máquina, no señor; o hacen bolas la hoja de papel y lo desechan o simplemente presionan la tecla “borrar” en la maldita comodidad de su asiento y la jodida luz de la pantalla.

En cambio estamos nosotros -porque sé que no soy el único… sé que no lo soy- los brutos, los que ahuyentan con su obscenidad en metáforas que podemos transformar en realidad; los de palabras directas y lacerantes de cruda verdad; los que andamos siempre con una pluma y cigarros en los bolsillos; los que se mueven siempre en los asientos públicos mientras esperan, los que no pueden estar acostados en un sillón porque el hecho de mantenerse estáticos, inertes y cadavéricos, esperando que, como una epifanía, las musas aparezcan frente a ellos, y como autómatas escribir lo que nos dictan, no es de nuestro agrado. A ellas hay que buscarlas hasta en el polvo que los astros desprenden, hasta en la muerte y en los orgasmos; a las musas se les busca siempre, compadre.

A nosotros nos gusta encorvarnos, escuchar el estruendo de las gotas contra el piso –cuando llueve-, oír sus gritos de alivio antes de completar el suicidio; y también nos gusta detestar el sonido del televisor encendido al fondo del cuarto.

Estamos nosotros, compadre, los que no tomamos vino por ser caro, pero ¡Ah! Cómo bebemos cerveza a raudales. Te digo, compadre, no sé cómo le haces para escribir frente a la luz del monitor. Es más cómodo estructurar todo en la oscuridad etérea, amenazada por una lívida luz al centro producida alguna vela tan acabada como la cerveza que compré hace cinco minutos, y  luego salir del cuarto para apostar con la suerte, tirarse a la cama con un albur y jugar a la ruleta rusa, a ver si las ideas penetran tu sien como balas saliendo del revolver negro –que en éste caso es el cuarto- y escribir vulgarmente en una hoja de papel, con faltas de ortografía y una letra espantosa, regular o agradable a la vista, eso ya depende de la persona; y sobre todo con la inseguridad de equivocarse y rayar o, peor aún, correr el riesgo de perder la hoja o la libreta… estamos los que soportamos los rayones y las manchas de noche en el texto.

¡Ah, pero eso sí! Nosotros no somos falsos, compadre, nosotros podríamos amar a todas las mujeres del mundo, como ustedes, pero no. Nosotros nos basamos en lo peculiar, nos enamoramos de lo simple, de lo abrupto, nos fijamos en los defectos… en la belleza del infierno.

Y si logramos ser merecedores de aquél dicho infierno, a diferencia de ustedes, nos sentimos en la gloria de no estar a salvo, al ser absorbidos por su huracán demencial y el vórtice de su sexo, al perdernos en el cosmos de su cuerpo.

Le digo, compadre: existen dos tipos de poetas. Los que despiertan a lo mucho con una pc portátil o una máquina de escribir y una copa vacía; y los que despiertan con una libreta y la incertidumbre de sus pensamientos, o botellas de cerveza, o una mujer entre los brazos, o cigarrillos en las manos, o un gato entre las piernas, o a veces todos juntos o a veces ninguno… esos compadre… esos son los dos tipos de poetas que existen.
-Angel García.

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